Los libros y el primer capítulo
¡Hola! Somos Olivia y Olimpia. Quizás nos conozcas por nuestras traducciones FF.net o quizás no nos conozcas en absoluto. En cualquier caso, ¡se bienvenido/a!
A pesar de que la idea es publicar esta historia en FF.net, sabemos que es muy probable que terminen denunciándola y borrándola irremediablemente así que hemos empezado este blog con la intención de que podáis leer el fic desde el principio con la seguridad de que no lo van a eliminar.
Hemos intentado mantener a los personajes lo más incanon que hemos podido. Sin embargo, tampoco conocemos demasiado a personajes como James o Lily, o incluso Sirius, Remus y Snape en su juventud, ya que las personas cambian con la edad, especialmente después de haber pasado todo lo que estos personajes tuvieron que vivir. Sí que sabemos algunas cosas, por supuesto, y en eso nos hemos basado. En cualquier caso, esperamos que os guste.
Disfrutad de la lectura 😁
A pesar de que la idea es publicar esta historia en FF.net, sabemos que es muy probable que terminen denunciándola y borrándola irremediablemente así que hemos empezado este blog con la intención de que podáis leer el fic desde el principio con la seguridad de que no lo van a eliminar.
Hemos intentado mantener a los personajes lo más incanon que hemos podido. Sin embargo, tampoco conocemos demasiado a personajes como James o Lily, o incluso Sirius, Remus y Snape en su juventud, ya que las personas cambian con la edad, especialmente después de haber pasado todo lo que estos personajes tuvieron que vivir. Sí que sabemos algunas cosas, por supuesto, y en eso nos hemos basado. En cualquier caso, esperamos que os guste.
Disfrutad de la lectura 😁
//Los libros aquí transcritos no me pertenecen, son propiedad intelectual de J. K. Rowling. Hacemos esto sin intención de ganar dinero//
1
El niño que vivió
James Potter estaba tumbado en la
hierba cómodamente escuchando el canto de los pájaros y las cigarras. Hacía un
calor abrasador, pero con la frescura del lago y la camisa del uniforme
arremangada hasta los codos, James no podía estar más en paz consigo mismo y
con el mundo. A sus dieciséis años, sentía que hacía demasiado tiempo que no
era capaz de estar así de bien. Los periódicos no compartían una buena noticia
desde hacía años y la guerra ocupaba todas las primeras planas y, antes o
después, siempre se colaba en las conversaciones. Sin embargo, había un nombre
que nadie se atrevía a decir en voz alta, de manera que todos lo evitaban con un atemorizado quién tú sabes.
El joven tomó una bocanada de
aire y lo soltó lentamente, intentando despejar su cabeza de todo eso. Ahora
todo lo que importaba era la sombra del árbol que le cobijaba, la brisa fresca
que venía del lago, el murmullo de conversaciones y risas de estudiantes que,
como él, no habían perdido la oportunidad de relajarse en ese fantástico día de
verano. Hacía apenas un día que habían terminado los exámenes y se notaba en el
ambiente.
─
¡Eh, James!
James abrió los ojos y parpadeó
rápidamente para acostumbrarse a la luminosidad del sol. Giró la cabeza hacia
el origen del grito, pero no hizo amago de levantarse. Su mejor amigo, Sirius
Black, caminaba pesadamente hacia él junto a Remus Lupin. A pesar de que hacía
menos de una semana desde que Sirius se había cortado el pelo sus rizos ya
empezaban a caer por su nuca, negros y brillantes a la luz del sol, enmarcando
el rostro pálido ─o
aristocrático, como decía el propio Sirius─
y los ojos grises. Era, con diferencia, el más guapo de los tres, pero también
el más engreído. Remus se veía cansado, con ojeras bajo sus ojos marrón claro,
casi ámbar, pero sonreía disfrutando de la calidez del sol en su piel, tan
blanca como la de Sirius, aunque en su caso no fuese por su aristocracia. James
les sonrió y levantó una mano para saludarles.
Cuando llegaron a su altura,
Sirius se dejó caer a su lado descuidadamente, empujándole para que le dejara
sitio. James gruñó y remoloneó un poco, pero terminó cediendo.
─He
oído a dos de séptimo que esta noche va a haber una fiesta, quizás podríamos
pasarnos por las cocinas más tarde y conseguir algo interesante ─dijo Sirius, con una
sonrisa traviesa en los labios.
─
¿Cómo el hidromiel de la última vez? ─James
miraba las ramas del árbol balanceándose al ritmo de la brisa mientras pensaba ─. No sé si los elfos
domésticos nos ayudarán esta vez. La profesora McGonagall ya dijo el año pasado
que iba a hacer una investigación, no creo que quieran meterse en líos.
Sirius bufó como un gato.
─McGonagall
dice eso todos los años. Tampoco habría que hacerle mucho caso.
James sonrió, pero seguía sin
decidirse.
─
¿Tú qué dices, Lunático?
Remus estaba tomando aire para
contestar cuando vio a la profesora McGonagall acercándose a ellos. Cerró la
boca en menos de un segundo y dio un cabeceo en su dirección para prevenir a sus
amigos. Los dos Gryffindor giraron las cabezas. Cuando vieron de quién se
trataba, Sirius y James sustituyeron sus sonrisas pícaras por una expresión
totalmente inocente que no habría engañado a la profesora ni aunque los acabara
de conocer.
─Buenas
tardes ─Los jóvenes
se tensaron ante el tono serio, casi solemne de su profesora. ¿Qué habían
hecho? ─. Por favor,
acompáñenme, el profesor Dumbledore quiere verlos.
Se miraron entre sí tratando de
discernir qué habían hecho recientemente para ganar un billete de ida al
despacho del director. Los tres se encogieron de hombros, algo descolocados. En
los seis años que llevaban en el colegio, habían tenido más de una reunión con
el profesor Dumbledore, pero siempre sabían qué habían hecho exactamente. ¿Podría
haber hecho Peter algo por su cuenta? El cuarto miembro de los merodeadores,
Peter Pettigrew, siempre se marchaba cuando terminaban los exámenes. Su madre
vivía sola en Londres y enfermaba continuamente así que Peter aprovechaba para
pasar con ella todo el tiempo que podía para cuidarla y darle su compañía.
James sólo la había visto una vez. Era una señora bastante mayor y de carácter
sencillo y amable. Su amigo se desvivía por ella.
─
¿Creéis que Peter…? ─Remus no
pudo terminar de poner en palabras lo que sus amigos estaban pensando, porque
la profesora McGonagall le echó una mirada severa.
Siguieron a la mujer por los jardines
y los pasillos de Hogwarts con una piedra pesándoles en el estómago. No tenían
ni la menor idea de por qué querría verlos el director y, descartada alguna de
sus habituales bromas y trastadas, sólo les quedaba pensar en lo peor. La
palabra guerra se deslizó suave pero implacablemente en la mente de James, pero
el chico no se dejó dominar. Era demasiado pronto para sacar conclusiones.
La luz del sol entraba a raudales en
el despacho del profesor Dumbledore y arrancaba destellos cegadores de los
numerosos cachivaches que pitaban, se movían y echaban humo sobre el escritorio
del director. Papeles y libros se amontonaban en las esquinas y en el suelo en
un desorden aparentemente caótico. Sin embargo, lo que más destacaba eran los
mullidos sillones y cojines que se habían distribuido en torno a una mesa de
café que nunca había estado ahí, en medio de la sala. Para sorpresa de los
merodeadores, ya había otras personas sentadas, entre ellas el propio director
y nada más ni nada menos que Lily Evans.
─ ¿Evans?
─Potter ─contestó la muchacha, sin mirarle.
En una de las butacas, un muchacho
pálido, de nariz aguileña y pelo negro y grasiento esbozó una sonrisa divertida
y satisfecha. James no pudo evitar chirriar los dientes al ver que se trataba
de Severus Snape, su peor enemigo. No tuvo tiempo de replicar nada a su sonrisa
antes de que el profesor Dumbledore hablara:
─Buenas
tardes ─les saludó alegremente─. Sois los últimos. Sentaos para que
podamos empezar. Ah, os presento al señor y la señora Weasley, antiguos
estudiantes y unos buenos amigos.
La mujer tenía el pelo rojo recogido
en un moño descuidado del que se salían varios mechones, la cara redonda y los
ojos de un color marrón claro que brillaban con amabilidad. A su lado, un
hombre que tendría más o menos su misma edad, acariciaba distraídamente la mano
de su mujer, con el pelo todavía más rojo que el de ella si era posible.
Ambos les saludaron con calidez y una
sonrisa, sentados a la izquierda de Dumbledore.
Los tres amigos se sentaron casi con
timidez en el sofá de tres plazas que quedaba, con Snape y Evans enfrente de
ellos, aunque cada uno en su propia butaca, sin mirarse. El profesor Dumbledore
estaba sentado en un enorme y confortable sillón orejero al extremo de la
mesita, como presidiendo la sala, con la profesora McGonagall a su derecha y
los señores Weasley a su izquierda.
─Como ya
estamos todos, voy a explicaros por qué os he traído aquí ─Comenzó el profesor Dumbledore
mientras le quitaba el envoltorio a un caramelo y se lo llevaba a la boca ─. Profesora McGonagall, si es tan
amable.
Los jóvenes siguieron a la mujer con
la mirada mientras esta se acercaba al escritorio del director y volvía con
ellos cargando un pesado paquete envuelto en papel marrón. Lo dejó con cuidado
en la mesa de café y le extendió un pequeño sobre blanco al profesor
Dumbledore. James se dio cuenta de que tanto el paquete como la carta habían sido
abiertos, pero no dijo nada.
─Después de
comer, he vuelto al despacho como todos los días y me he encontrado con esto ─continuó el anciano, señalando el
paquete y la nota─. Teniendo
en cuenta los tiempos que corren, no he dudado en llevar a cabo todos los
encantamientos y conjuros que se me han ocurrido, pero no he encontrado nada
que me haga sospechar de algún tipo de maldición o cualquier otro peligro. Sin
embargo ─La pausa se hizo extremadamente larga
para James, que ya estaba más que interesado. El profesor los miró a todos
detenidamente con esos ojos azules que parecían atravesarte─, debemos tomar una decisión muy
importante. Os leeré la nota:
Estimado
profesor Dumbledore,
Le
entrego estos libros con la intención de que conozca lo que va a pasar en el
futuro. Es su decisión creer o no en la veracidad de lo que aquí se cuenta y
actuar en consecuencia. Le pido que reúna a una serie de personas y los lean
juntos. Estas son: Minerva McGonagall, Molly y Arthur Weasley, Severus Snape,
Lily Evans, James Potter, Sirius Black y Remus Lupin.
Es
peligroso jugar con el tiempo, pero jamás me lo habría perdonado si no hubiera
intentado salvar la vida de tantas personas queridas.
Un
saludo,
H
James frunció el ceño, preocupado. Si
esa nota era sincera, la guerra era un hecho y lo más probable era que todos
los presentes estuvieran involucrados de una u otra forma. Le echó un vistazo a
Lily, notando cierta desazón. ¿Sería ella una de esas personas a las que había
que salvar? ¿Lo serían todos? Y si era una mentira, un truco o una trampa… ¿Qué
pretendían? La presencia de Dumbledore y su promesa de haberse hecho cargo de
la situación lo tranquilizaban, pero no completamente.
─He
comprobado que se trata de siete libros y, por lo poco que he investigado por
mi cuenta, tratan sobre las aventuras de un joven mago ─Dumbledore le echo una mirada rápida
pero intensa a James, que el joven no supo cómo interpretar ─ desde el momento en que comienza sus
estudios en Hogwarts hasta que los termina. Ahora es cuando debemos tomar una
decisión: ¿los leemos o no?
Los presentes se miraron entre sí,
indecisos. James estaba ya más que interesado, pero no estaba seguro de qué
decisión tomar.
─¡Leámoslos!
Sirius, impulsivo como siempre, ni
siquiera se detuvo un segundo a pensarlo. Al igual que le ocurría a James, su
curiosidad pesaba más que cualquier otra cosa.
─Señor ─Evans ignoró a Sirius, una de las
muchas cosas que se le daban a la perfección, y se dirigió al director
directamente─, como
dice la nota jugar con el tiempo es peligroso, pero si cabe la posibilidad de
salvar vidas, quizás… ─Se detuvo
un segundo, indecisa─. Creo que
lo mejor sería leer los libros y juzgar qué hacer a continuación. Ya no podemos
quedarnos con la duda.
─Estoy de
acuerdo ─dijo Remus calmadamente.
Snape asintió quedamente, más por
contentar a Lily que porque estuviera de acuerdo, pero ni siquiera él podía
evitar sentirse tentado a echarle un vistazo al futuro. Sin embargo, le
preocupaban las consecuencias que acarrearía esa lectura. ¿Saldría él en los
libros? No se imaginaba otra razón por la que la nota le mencionaría. ¿Qué tipo
de persona sería en unos años? Pensó en los círculos en los que se movía
últimamente, las personas, los murmullos y, sobre todo, en el Señor Tenebroso.
Contuvo un escalofrío, pero no pudo evitar que un nudo de preocupación le
aplastara el pecho.
Los Weasley y la profesora McGonagall
se pronunciaron de manera parecida a Evans y así, entre todos, decidieron que
primero leerían los libros para poder juzgar la veracidad de los hechos y,
después, decidirían qué hacer.
─Muy bien ─concluyó el profesor Dumbledore,
alargando la mano para desenvolver el paquete por segunda vez ese día. Cogió
uno de los libros y sonrió con diversión, anticipando la reacción de los
presentes─. El primer libro se titula Harry Potter y la Piedra Filosofal.
¿Potter?
Los presentes compartieron expresiones
de sorpresa y desconcierto. Snape hizo una mueca y resopló con fastidio. Algo
parecido sentía Lily, aunque sus sentimientos estaban más encaminados hacia la
desconfianza que hacia el odio. Por un segundo no le cupo duda de que James
Potter había reunido en siete libros sus delirios de grandeza y había montado
todo ese teatro por pura diversión. Pero un vistazo a la expresión de Potter la
convenció de lo contrario. Ni siquiera él era tan buen actor.
─¿Algún
primo? ─le preguntó Sirius a James con sincera
curiosidad.
James negó con la cabeza.
─Es muy
probable que sea un descendiente ─dijo Remus
con una sonrisa.
─ ¿No hay
alguna fecha en el libro? ¿Algo que nos diga en qué año se sitúa la historia? ─intervino la señora Weasley mirando el
libro con curiosidad.
Dumbledore negó.
─Estoy
seguro de que el libro nos dará suficientes pistas ─repuso el señor Weasley.
La señora Weasley miró a su marido y
asintió. James suspiró, mordiéndose ligeramente el labio. ¿Sería su hijo? ¿Su
nieto?
─Bueno, no
nos enteraremos a menos que leamos ─exclamó la
profesora McGonagall con seriedad. Extendió una de sus manos hacia el libro,
diciendo─: Albus, ¿me permite?
El director le extendió el libro casi
con placer y se relajó en su enorme sillón, dispuesto a escuchar el primer
capítulo.
─Bueno,
allá vamos ─murmuró
James al tiempo que su profesora leía─: El niño que vivió.
El
señor y la señora Dursley,
Lily frunció el ceño, pensativa.
Dursley, Dursley, Dursley… ¿Dónde había escuchado ese apellido antes?
que
vivían en el número 4 de Privet Drive, estaban orgullosos de decir que eran muy
normales, afortunadamente. Eran las últimas personas que se esperaría encontrar
relacionadas con algo extraño o misterioso, porque no estaban para tales
tonterías.
─¿Qué es la
vida sin un poco de misterio? ─interrumpió
Sirius, relajado.
La profesora McGonagall le miró mal,
pero no le dijo nada. Se escucharon un par de risitas y Remus negaba con la
cabeza incapaz de controlar una sonrisa. Sirius…
El
señor Dursley era el director de una empresa llamada Grunnings, que fabricaba
taladros.
─Y los taladros
son…
─Black,
deje de interrumpirme. Si no sabe algo consúltelo en un libro al final del
capítulo.
El señor Weasley torció el gesto,
decepcionado al perder la oportunidad de lucirse un poco con sus conocimientos
sobre las herramientas y costumbres muggles.
Era
un hombre corpulento y rollizo, casi sin cuello, aunque con un bigote inmenso.
La señora Dursley era delgada, rubia y tenía un cuello casi el doble de largo
de lo habitual, lo que le resultaba muy útil, ya que pasaba la mayor parte del
tiempo estirándolo por encima de la valla de los jardines para espiar a sus
vecinos.
─Menuda
cotilla –murmuró la señora Weasley, divertida por la descripción de la mujer y
su marido.
Nadie decía nada, pero no estaban muy
seguros de cómo encajaba este matrimonio con la historia del futuro Potter.
Los
Dursley tenían un hijo pequeño llamado Dudley, y para ellos no había un niño
mejor que él.
Los
Dursley tenían todo lo que querían, pero también tenían un secreto, y su mayor
temor era que lo descubriesen: no habrían soportado que se supiera lo de los
Potter.
─¿Qué hay
de malo con los Potter? ─exclamó
James, indignado.
Snape tenía una larga y precisa
respuesta en la punta de la lengua, pero se limitó a sonreír con ironía. Lily
sentía algo parecido, aunque estaba más divertida que molesta.
─Señor
Potter, no sé si se ha dado cuenta, pero intenta sacarle respuestas a un libro.
La réplica de la profesora McGonagall
arrancó varias risas y un bufido del joven, aunque él también sonreía. La mayor
carcajada fue de sus amigos.
La
señora Potter era hermana de la señora Dursley, pero no se veían desde hacía
años; tanto era así que la señora Dursley fingía que no tenía hermana,
─No sé qué
será eso tan terrible que habrán hecho los Potter ─comentó el señor Weasley─, pero debe de haber sido grave.
Renegar de una hermana no es poca cosa.
Lily torció el gesto, pensando en su
hermana Petunia. Tanto como renegar de ella, no, pensaba, pero que cada vez se
aleja más de mí… Eso es un hecho.
porque
su hermana y su marido, un completo inútil, eran lo más opuesto a los Dursley
que se pudiera imaginar. Los Dursley se estremecían al pensar qué dirían los
vecinos si los Potter apareciesen por la acera. Sabían que los Potter también
tenían un hijo pequeño,
─Ese debe
de ser el tal Harry, ¿no? ─Dijo
Arthur una vez más─. Sino no
veo qué relación tendrían los Dursley con la historia además de que la señora
Potter sea hermana de la señora Dursley ─Sirius le
guiñó un ojo a James con picardía. El muchacho puso los ojos en blanco, pero le
dedicó una enorme sonrisa a Evans, que se la perdió porque ni siquiera le
estaba mirando.
pero
nunca lo habían visto. El niño era otra buena razón para mantener alejados a
los Potter: no querían que Dudley se juntara con un niño como aquél.
Nuestra
historia comienza cuando el señor y la señora Dursley se despertaron un martes,
con un cielo cubierto de nubes grises que amenazaban tormenta. Pero nada había
en aquel nublado cielo que sugiriera los acontecimientos extraños y misteriosos
que poco después tendrían lugar en toda la región. El señor Dursley canturreaba
mientras se ponía su corbata más sosa para ir al trabajo, y la señora Dursley
parloteaba alegremente mientras instalaba al ruidoso Dudley en la silla alta.
Ninguno
vio la gran lechuza parda que pasaba volando por la ventana.
Remus enarcó una ceja, preguntándose
por qué eso sería tan relevante como para mencionarlo.
A
las ocho y media, el señor Dursley cogió su maletín, besó a la señora Dursley
en la mejilla y trató de despedirse de Dudley con un beso, aunque no pudo, ya
que el niño tenía un berrinche y estaba arrojando los cereales contra las
paredes. «Tunante», dijo entre dientes el señor Dursley mientras salía de la
casa.
La profesora McGonagall dejó de leer
por un segundo para murmurar algo que sonó muy parecido a “maleducado”.
─Si celebra
así sus rabietas le va a salir un niño consentido ─comentó la señora Weasley, que sabía
muy bien de lo que hablaba. El señor Weasley le daba la razón asintiendo
repetidas veces.
Se
metió en su coche y se alejó del número 4.
Al
llegar a la esquina percibió el primer indicio de que sucedía algo raro: un
gato estaba mirando un plano de la ciudad. Durante un segundo, el señor Dursley
no se dio cuenta de lo que había visto, pero luego volvió la cabeza para mirar
otra vez. Sí había un gato atigrado en la esquina de Privet Drive, pero no vio
ningún plano. ¿En qué había estado pensando? Debía de haber sido una ilusión
óptica. El señor Dursley parpadeó y contempló al gato. Éste le devolvió la
mirada. Mientras el señor Dursley daba la vuelta a la esquina y subía por la
calle, observó al gato por el espejo retrovisor: en aquel momento el felino
estaba leyendo el rótulo que decía «Privet Drive» (no podía ser, los gatos no
saben leer los rótulos ni los planos).
Los más jóvenes rieron quedamente ante
el comportamiento del señor Dursley, que se negaba en rotundo a aceptar que
algo raro pasaba.
─Típico de
los muggles. No verían la magia ni aunque hicieras levitar una pluma delante de
sus narices ─dijo el
señor Weasley, riéndose.
El
señor Dursley meneó la cabeza y alejó al gato de sus pensamientos. Mientras iba
a la ciudad en coche no pensó más que en los pedidos de taladros que esperaba
conseguir aquel día.
Sirius exageró un bostezo que le
granjeó una mirada severa de su profesora y un codazo de Remus, que intentaba
atender a la lectura con el joven Black molestando continuamente.
Pero
en las afueras ocurrió algo que apartó los taladros de su mente.
─¡Milagro! ─murmuró Lily por lo bajo para no
molestar a nadie.
Mientras
esperaba en el habitual embotellamiento matutino, no pudo dejar de advertir una
gran cantidad de gente vestida de forma extraña. Individuos con capa.
Los magos se miraron entre sí con una
sonrisa afectada. No era habitual que se dejaran ver con sus ropas normales
entre los muggles por una buena razón.
El
señor Dursley no soportaba a la gente que llevaba ropa ridícula.
─¡Ridícula,
dice! ─masculló Snape con creciente
desprecio.
Por una vez, todos estuvieron de
acuerdo con el Slytherin, algo picados. Desde luego, James encontraba mucho más
elegantes las capas de los magos que las extrañas ropas muggles que, desde su
punto de vista, no tenían ningún sentido de la estética. Criado en una familia
mágica de pura cepa, James jamás había utilizado ropa muggle más que por
curiosidad y se sentía mucho más familiarizado con las capas y túnicas que
habían formado parte de su armario desde que nació.
Lily, nacida de muggles, no pudo
evitar resoplar con una mezcla de diversión y fastidio ante la reacción tan infantil
que había producido un sencillo comentario sobre la forma de vestir de los
magos. Pero prefirió no decir nada y dejar que la profesora McGonagall siguiera
leyendo.
¡Ah,
los conjuntos que llevaban los jóvenes! Supuso que debía de ser una moda nueva.
Tamborileó con los dedos sobre el volante y su mirada se posó en unos extraños
que estaban cerca de él. Cuchicheaban entre sí, muy excitados. El señor Dursley
se enfureció al darse cuenta de que dos de los desconocidos no eran jóvenes.
Vamos, uno era incluso mayor que él, ¡y vestía una capa verde esmeralda! ¡Qué
valor! Pero entonces se le ocurrió que debía de ser alguna tontería
publicitaria; era evidente que aquella gente hacía una colecta para algo. Sí,
tenía que ser eso. El tráfico avanzó y, unos minutos más tarde, el señor
Dursley llegó al aparcamiento de Grunnings, pensando nuevamente en los
taladros.
─¡Taladros,
taladros y más taladros! ─exclamó
Sirius dirigiéndose a nadie en particular resoplando de aburrimiento.
El
señor Dursley siempre se sentaba de espaldas a la ventana, en su oficina del
noveno piso. Si no lo hubiera hecho así, aquella mañana le habría costado
concentrarse en los taladros. No vio las lechuzas que volaban en pleno día,
aunque en la calle sí que las veían y las señalaban con la boca abierta,
mientras las aves desfilaban una tras otra.
─¡Qué
exagerados son los muggles! ─dijo
James, riendo.
─Para ellos
no es normal ver lechuzas a plena luz del día yendo y viniendo tan tranquilas ─replicó Lily─. Se supone que son animales
nocturnos.
─Ah.
James no supo qué más contestar.
La
mayoría de aquellas personas no había visto una lechuza ni siquiera de noche.
Lily le lanzó una mirada como diciendo
“¿ves?” y James se tuvo que controlar
para no bufar.
Sin
embargo, el señor Dursley tuvo una mañana perfectamente normal, sin lechuzas.
Gritó a cinco personas. Hizo llamadas telefónicas importantes y volvió a
gritar.
─Qué señor
tan desagradable.
─La verdad
es que sí ─contestó la profesora McGonagall
compartiendo una mirada de comprensión con la señora Weasley.
Estuvo
de muy buen humor hasta la hora de la comida, cuando decidió estirar las
piernas y dirigirse a la panadería que estaba en la acera de enfrente.
Había
olvidado a la gente con capa hasta que pasó cerca de un grupo que estaba al
lado de la panadería. Al pasar los miró enfadado. No sabía por qué, pero le
ponían nervioso. Aquel grupo también susurraba con agitación y no llevaba ni
una hucha. Cuando regresaba con un donut gigante en una bolsa de papel, alcanzó
a oír unas pocas palabras de su conversación.
—Los
Potter, eso es, eso es lo que he oído...
James levantó una ceja ante la mención
de su apellido. ¿Se estarían refiriendo a él y a su… futura esposa? La idea del
matrimonio le resultaba tan lejana que se le hacía raro imaginarse casado.
—Sí,
su hijo, Harry...
Si una esposa se le hacía raro, un
hijo ya estaba fuera de lo que podía imaginar. De hecho, ni siquiera estaba
seguro de que no fuera su nieto o su bisnieto, ya que no sabía en que época se
estaba moviendo. Supuso que tampoco podía ser un futuro muy lejano si los
involucraba a ellos de alguna manera.
El
señor Dursley se quedó petrificado. El temor lo invadió. Se volvió hacia los
que murmuraban, como si quisiera decirles algo, pero se contuvo.
Se
apresuró a cruzar la calle y echó a correr hasta su oficina.
─Cuánto
drama por una simple mención a los Potter ─murmuró
Remus con una sonrisa.
Dijo
a gritos a su secretaria que no quería que le molestaran, cogió el teléfono y,
cuando casi había terminado de marcar los números de su casa, cambió de idea.
Dejó el aparato y se atusó los bigotes mientras pensaba... No, se estaba
comportando como un estúpido.
─¡Ja!
Los presentes suspiraron ante el humor
infantil de Sirius, pero la verdad es que esas alturas no habían tenido una
buena impresión del señor Dursley, que parecía un hombre vulgar y maleducado
así que nadie reprendió al joven o intentó defender al señor Dursley.
Potter
no era un apellido tan especial.
─Es muy
especial, muggle ─replicó
James, pasándose una mano por el pelo despreocupadamente.
Ya se iba sintiendo más cómodo en el
ambiente relajado del despacho y su arrogancia natural se dejaba notar.
─Señor
Potter, si no va a hacer un comentario que nos interese, cállese ─le reprendió la profesora McGonagall,
malhumorada porque no dejaban de interrumpirla.
James se disculpó aunque no parecía
sentirlo demasiado.
Estaba
seguro de que había muchísimas personas que se llamaban Potter y que tenían un
hijo llamado Harry. Y pensándolo mejor, ni siquiera estaba seguro de que su
sobrino se llamara Harry. Nunca había visto al niño. Podría llamarse Harvey. O
Harold. No tenía sentido preocupar a la señora Dursley, siempre se trastornaba
mucho ante cualquier mención de su hermana. Y no podía reprochárselo. ¡Si él
hubiera tenido una hermana así...! Pero de todos modos, aquella gente de la
capa...
Aquella
tarde le costó concentrarse en los taladros, y cuando dejó el edificio, a las
cinco en punto, estaba todavía tan preocupado que, sin darse cuenta, chocó con
un hombre que estaba en la puerta.
—Perdón
—gruñó, mientras el diminuto viejo se tambaleaba y casi caía al suelo. Segundos
después, el señor Dursley se dio cuenta de que el hombre llevaba una capa
violeta. No parecía disgustado por el empujón. Al contrario, su rostro se
iluminó con una amplia sonrisa, mientras decía con una voz tan chillona que
llamaba la atención de los que pasaban:
—¡No
se disculpe, mi querido señor, porque hoy nada puede molestarme! ¡Hay que
alegrarse, porque Quien-usted-sabe finalmente se ha ido!
─¿Quién-usted-sabe?
Se refiere a…
La profesora McGonagall no terminó la
frase, pero no hizo falta. Todos en la sala sabían perfectamente a quién se
refería. Entonces, no podía ser un futuro muy lejano (o eso esperaban), pero si
la guerra había acabado, si Voldemort había desaparecido… ¿a quién había que
salvar?
El profesor Dumbledore tenía el ceño
fruncido, pensativo.
─Imagino
que en los libros se explicará con más detalles qué ha pasado ─dijo finalmente en tono grave.
Los presentes asintieron, aunque no
muy convencidos.
¡Hasta
los muggles como usted deberían celebrar este feliz día!
─¡Qué
irresponsable! Dirigirse de esa manera a un muggle, como si tal cosa ─exclamó la profesora McGonagall de
repente. Su arrebato consiguió aligerar el ambiente y varios soltaron sendas
risitas.
La mujer se apresuró a seguir leyendo
para acallarlas.
Y
el anciano abrazó al señor Dursley y se alejó.
De nuevo, varios rieron al imaginar la
cara del señor Dursley.
El
señor Dursley se quedó completamente helado. Lo había abrazado un desconocido.
Y por si fuera poco le había llamado muggle,
─Es que
eres un muggle.
no
importaba lo que eso fuera. Estaba desconcertado. Se apresuró a subir a su
coche y a dirigirse hacia su casa, deseando que todo fueran imaginaciones suyas
(algo que nunca había deseado antes, porque no aprobaba la imaginación).
─No puedes
no aprobar la imaginación ─espetó
Remus, categórico.
─Menuda
tontería, de verdad ─dijo Lily,
mostrando su acuerdo.
Los demás negaron con la cabeza ante
el comportamiento del muggle.
Cuando
entró en el camino del número 4, lo primero que vio (y eso no mejoró su humor)
fue el gato atigrado que se había encontrado por la mañana. En aquel momento
estaba sentado en la pared de su jardín. Estaba seguro de que era el mismo,
pues tenía unas líneas idénticas alrededor de los ojos.
—¡Fuera!
—dijo el señor Dursley en voz alta.
El
gato no se movió. Sólo le dirigió una mirada severa.
─Nunca he
visto a un gato dirigir una mirada severa a nadie ─comentó Arthur a nadie en particular.
La mayoría se encogió de hombros, sin
inmutarse. Sin embargo, la profesora McGonagall sí le dio vueltas durante unos
segundos, sopesando la posibilidad de que no se tratara de un gato cualquiera.
Cruzó una mirada con el profesor Dumbledore, que, por la sonrisa que se
adivinaba en la comisura de sus labios, debía de estar pensando lo mismo que
ella.
El
señor Dursley se preguntó si aquélla era una conducta normal en un gato. Trató
de calmarse y entró en la casa. Todavía seguía decidido a no decirle nada a su
esposa.
La
señora Dursley había tenido un día bueno y normal. Mientras comían, le informó
de los problemas de la señora Puerta Contigua con su hija,
Los jóvenes pusieron los ojos en
blanco ante lo sumamente cotilla que podía ser la señora Dursley, pero Sirius
sólo se reía, pensando en el nombre que le habían dado a la vecina.
─Señora
Puerta Contigua ─masculló
con una risita.
Remus y James se rieron del humor tan
simple de su amigo mientras que la profesora McGonagall suspiraba por las
continuas interrupciones del joven Black, dándose por vencida. Iba a tener que
aguantar sus comentarios y bromas durante los siete libros, no necesitaba ser
adivina para saberlo.
y
le contó que Dudley había aprendido una nueva frase («¡no lo haré!»).
─Pues qué
bien ─murmuró la señora Weasley, que aún no
superaba su indignación ante la mala educación que esos muggles le estaban
dando a su hijo.
El
señor Dursley trató de comportarse con normalidad. Una vez que acostaron a
Dudley, fue al salón a tiempo para ver el informativo de la noche.
—Y
por último, observadores de pájaros de todas partes han informado de que hoy
las lechuzas de la nación han tenido una conducta poco habitual. Pese a que las
lechuzas habitualmente cazan durante la noche y es muy difícil verlas a la luz
del día, se han producido cientos de avisos sobre el vuelo de estas aves en
todas direcciones, desde la salida del sol. Los expertos son incapaces de
explicar la causa por la que las lechuzas han cambiado sus horarios de sueño.
—El locutor se permitió una mueca irónica—. Muy misterioso. Y ahora, de nuevo
con Jim McGuffin y el pronóstico del tiempo. ¿Habrá más lluvias de lechuzas
esta noche, Jim?
—Bueno,
Ted —dijo el meteorólogo—, eso no lo sé, pero no sólo las lechuzas han tenido
hoy una actitud extraña. Telespectadores de lugares tan apartados como Kent,
Yorkshire y Dundee han telefoneado para decirme que en lugar de la lluvia que
prometí ayer ¡tuvieron un chaparrón de estrellas fugaces!
La profesora McGonagall se interrumpió
a sí misma para escupir entre dientes algo que se parecía mucho a
“irresponsables”, pero continuó la lectura antes de que nadie tuviera ocasión
de decir algo.
Tal
vez la gente ha comenzado a celebrar antes de tiempo la Noche de las Hogueras.
¡Es la semana que viene, señores! Pero puedo prometerles una noche lluviosa.
El
señor Dursley se quedó congelado en su sillón. ¿Estrellas fugaces por toda Gran
Bretaña? ¿Lechuzas volando a la luz del día? Y aquel rumor, aquel cuchicheo
sobre los Potter...
─Está
juntando las piezas… ─dijo
Remus, arrepintiéndose al instante cuando vio la mirada que le echaba su
profesora─. Perdón.
La
señora Dursley entró en el comedor con dos tazas de té. Aquello no iba bien.
Tenía que decirle algo a su esposa. Se aclaró la garganta con nerviosismo.
—Eh...
Petunia, querida, ¿has sabido últimamente algo sobre tu hermana?
Como
había esperado, la señora Dursley pareció molesta y enfadada. Después de todo, normalmente
ellos fingían que ella no tenía hermana.
—No
—respondió en tono cortante—. ¿Por qué?
—Hay
cosas muy extrañas en las noticias —masculló el señor Dursley—. Lechuzas...
estrellas fugaces... y hoy había en la ciudad una cantidad de gente con aspecto
raro...
—¿Y
qué? —interrumpió bruscamente la señora Dursley
—Bueno,
pensé... quizá... que podría tener algo que ver con... ya sabes... su grupo.
─¡Su grupo!
─exclamó James, indignado.
─Primero lo
de las capas y ahora hablan de nosotros como si fuéramos algún tipo de secta ─siguió Sirius con la misma
indignación.
Lily resopló, también algo molesta,
pero ni de lejos tan enfadada como los dos chicos, que se sucedían el uno al
otro para soltar comentarios en contra de esos muggles.
─El miedo a
lo desconocido ─interrumpió
Dumbledore─ es una de las mayores flaquezas de
los humanos. No sintáis odio hacia ellos, mis muchachos, sino lástima, pues se
están perdiendo muchas cosas maravillosas sólo por miedo.
Se hizo un silencio en la habitación
mientras todos pensaban en las palabras del director. James y Sirius no
continuaron con su berrinche, pero tampoco parecían del todo convencidos. No
obstante, ninguno de los dos tenía el valor suficiente como para contradecir al
profesor Dumbledore.
A una butaca de distancia, Lily vio
que Severus apretaba los labios y fruncía el ceño, como si se estuviera
callando algo que se moría por decir. Con tristeza, la joven se dio cuenta de
que su antiguo amigo odiaba a los muggles y sentía la necesidad de rebatir al
anciano en pro de sus convicciones. Apartó la vista de él y sus ojos se
cruzaron con los de James, que le guiñó un ojo a la vez que le regalaba una
sonrisa. Lily no le devolvió ninguna de las dos cosas, pero se sintió un poco
mejor. Al menos en el caso de su sempiterno acosador las cosas se mantenían
estables.
La profesora McGonagall continuó la
lectura antes de que alguien tuviera oportunidad de opinar.
La
señora Dursley bebió su té con los labios fruncidos. El señor Dursley se
preguntó si se atrevería a decirle que había oído el apellido «Potter». No, no
se atrevería. En lugar de eso, dijo, tratando de parecer despreocupado:
—El
hijo de ellos... debe de tener la edad de Dudley, ¿no?
—Eso
creo —respondió la señora Dursley con rigidez.
—¿Y
cómo se llamaba? Howard, ¿no?
—Harry.
Un nombre vulgar y horrible, si quieres mi opinión.
─Qué sabrás
tú ─dijo James, picado. Era el nombre de
su abuelo favorito.
—Oh,
sí—dijo el señor Dursley, con una espantosa sensación de abatimiento—. Sí,
estoy de acuerdo.
No
dijo nada más sobre el tema, y subieron a acostarse. Mientras la señora Dursley
estaba en el cuarto de baño, el señor Dursley se acercó lentamente hasta la
ventana del dormitorio y escudriñó el jardín delantero. El gato todavía estaba
allí. Miraba con atención hacia Privet Drive, como si estuviera esperando algo.
¿Se
estaba imaginando cosas? ¿O podría todo aquello tener algo que ver con los
Potter? Si fuera así... si se descubría que ellos eran parientes de unos...
bueno, creía que no podría soportarlo.
Los
Dursley se fueron a la cama. La señora Dursley se quedó dormida rápidamente,
pero el señor Dursley permaneció despierto, con todo aquello dando vueltas por
su mente. Su último y consolador pensamiento antes de quedarse dormido fue que,
aunque los Potter estuvieran implicados en los sucesos, no había razón para que
se acercaran a él y a la señora Dursley. Los Potter sabían muy bien lo que él y
Petunia
─¡Petunia! ─exclamaron Lily y Severus a la vez,
estupefactos.
Lily sólo tuvo que escuchar el nombre
de su hermana para caer en la cuenta. ¡Dursley era el apellido del novio de su
hermana! ¿Cómo era posible que no los hubiera relacionado antes? Entonces se
iban a casar… A Lily no le gustó demasiado la idea. Conocía a Vernon Dursley
muy poco, pero lo suficiente para saber que no se le podía considerar una buena
persona, y tras leer ese capítulo estaba claro que no se había equivocado en lo
más mínimo al juzgar su carácter. ¡Incluso se podía decir que había sido
generosa! Qué hombre tan horrible y aburrido. Qué vida tan vacía llevaba su
hermana.
Pero, un momento, en el libro habían
dicho que…
─Me odia ─exhaló la joven con tristeza antes de
poder contenerse.
Si el reconocimiento de la mujer del
libro por parte de Severus y Lily había sorprendido a los presentes, las
palabras de la muchacha los dejó confundidos.
─¿Conoces a
esa mujer? ─le
preguntó Remus, tratando de unir las piezas.
Lily asintió sintiéndose abatida.
─Es mi
hermana.
─Oh.
Todos se quedaron en silencio mientras
consideraban las implicaciones de esto. Dejando a un lado lo que había dicho el
señor Dursley sobre la hermana de su esposa, la relación entre ambas sólo podía
significar que esos libros estaban situados en un futuro no muy lejano.
Entonces, James hizo un ruido de
asombro que llamó la atención de todos.
─¡Eres una
Potter! ─gritó e inmediatamente la mayor
sonrisa de triunfo que jamás había cruzado su cara iluminó el despacho─. ¡Entonces tú y yo nos vamos a casar!
Sirius rompió a reír a carcajada
limpia, retorciéndose en el sillón.
─No puede
ser ─repetía Remus una y otra vez,
uniéndose a las risas de su amigo, incrédulo y divertido a partes iguales.
Snape no compartía la felicidad de los
Gryffindor, sino que un sentimiento frío y lacerante le atenazaba el corazón. Se
sentía abatido y triste a la vez que confundido. Había aceptado que no podría tener
lo que deseaba con Lily, pero jamás se le pasó por la cabeza que terminaría con
el estúpido de Potter. Ni en sus más oscuras pesadillas se había imaginado algo
así. Nadie merecía a Lily Evans y el que menos de todos los hombres era, sin
duda alguna, James Potter.
El profesor Dumbledore también reía,
aunque de manera mucho más discreta que los amigos de James. Mientras, la
profesora McGonagall, que también estaba sorprendida, negaba con la cabeza
mientras una sonrisilla se intentaba abrir camino en su rostro. Los señores
Weasley sí sonreían abiertamente, aunque más por el espectáculo de Sirius y
Remus riendo a carcajada limpia al lado de James, que miraba a Lily como
embobado, que porque realmente entendieran cuál era el chiste.
─Eso… ─balbuceaba Lily mientras tanto,
conmocionada─. Eso
no… ¡Borra esa estúpida sonrisa de tu
cara, Potter! ─logró
articular finalmente, enmascarando su confusión con enfado─. No va a pasar. De ninguna manera.
─¡Y vais a
tener… ¡ ─Sirius no podía respirar por lo fuerte
que se reía─. ¡Vais a
tener un hijo!
─Dejarás
que le ponga el nombre de mi abuelo favorito ─dijo James con verdadera felicidad al darse cuenta de que su amigo
tenía razón─. ¡Muchas
gracias, cariño!
─¡No me
llames así, Potter! ─chilló
Lily, horrorizada.
─¿Prefieres
señora Potter? ─soltó
Sirius antes de volver a carcajearse.
A excepción de Severus, que estaba
cada vez más y más disgustado, nadie pudo evitar reírse cuando Lily dejó
escapar un grito ahogado de puro horror.
─Callaos de
una vez ─masculló, avergonzada.
─Sí, señora
Potter ─contestaron los tres Gryffindor al
unísono antes de volver a reír.
Lily se limitó a sacar la varita y
Severus parecía tener la intención de imitarla en cualquier momento.
─¡Señorita
Evans!
La profesora McGonagall no pudo
imprimir a su tono todo el enfado que le habría gustado ante la reacción de su
alumna favorita porque aún se estaba riendo un poco, pero tras seis años
asistiendo a sus clases los alumnos reaccionaron a su voz de manera automática.
Lily guardó la varita, pero sus ojos prometían mucho dolor en el futuro para
sus tres compañeros. Ellos dejaron de reír tan descontroladamente, aunque nadie
les habría podido borrar las sonrisas de sus caras. James en especial parecía a
punto de echar a volar de la enorme felicidad que sentía.
Tengo que conseguir ese futuro,
pensaba cuando la profesora McGonagall anunció que iba a continuar con la
lectura.
pensaban
de ellos y de los de su clase...
─Su clase… ─masculló Sirius sin poder evitarlo,
pero sin molestar a nadie.
No
veía cómo a él y a Petunia podrían mezclarlos en algo que tuviera que ver
(bostezó y se dio la vuelta)... No, no podría afectarlos a ellos...
¡Qué
equivocado estaba!
El
señor Dursley cayó en un sueño intranquilo, pero el gato que estaba sentado en
la pared del jardín no mostraba señales de adormecerse.
─Pasa algo
raro con ese gato ─dijo
Sirius, recobrado de su ataque de risa.
─Para mí
que es un animago ─le
contestó Remus con seguridad─. ¿Por qué
pondrían tanta atención en él si no?
Todos miraron a la profesora
McGonagall. Quizás era su momento de aparecer en la historia. Ella se limitó a
seguir leyendo.
Estaba
tan inmóvil como una estatua, con los ojos fijos, sin pestañear, en la esquina
de Privet Drive. Apenas tembló cuando se cerró la puertezuela de un coche en la
calle de al lado, ni cuando dos lechuzas volaron sobre su cabeza. La verdad es
que el gato no se movió hasta la medianoche.
Un
hombre apareció en la esquina que el gato había estado observando, y lo hizo
tan súbita y silenciosamente que se podría pensar que había surgido de la
tierra. La cola del gato se agitó y sus ojos se entornaron.
En
Privet Drive nunca se había visto un hombre así. Era alto, delgado y muy
anciano, a juzgar por su pelo y barba plateados, tan largos que podría
sujetarlos con el cinturón. Llevaba una túnica larga, una capa color púrpura
que barría el suelo y botas con tacón alto y hebillas. Sus ojos azules eran
claros, brillantes y centelleaban detrás de unas gafas de cristales de media
luna. Tenía una nariz muy larga y torcida, como si se la hubiera fracturado
alguna vez. El nombre de aquel hombre era Albus Dumbledore.
Sirius y James vitorearon ante la
aparición del director más contentos de que por fin apareciera en el libro algo
que reconocían con facilidad que por otra cosa. El anciano les sonrió.
─Callaos de
una vez ─les reprendió Lily.
James y Sirius tuvieron que luchar
consigo mismos seriamente para no llamarla señora Potter de nuevo.
Albus
Dumbledore no parecía darse cuenta de que había llegado a una calle en donde
todo lo suyo, desde su nombre hasta sus botas, era mal recibido.
─En
realidad es que no le importa un pepino.
─Ese
lenguaje ─dijo la señora Weasley, incapaz de
controlarse.
Sirius miró a la mujer con sorpresa
mal disimulada, pero no dijo nada.
Estaba
muy ocupado revolviendo en su capa, buscando algo, pero pareció darse cuenta de
que lo observaban porque, de pronto, miró al gato, que todavía lo contemplaba
con fijeza desde la otra punta de la calle. Por alguna razón, ver al gato pareció
divertirlo. Rió entre dientes y murmuró:
—Debería
haberlo sabido.
Encontró
en su bolsillo interior lo que estaba buscando. Parecía un encendedor de plata.
Lo abrió, lo sostuvo alto en el aire y lo encendió. La luz más cercana de la
calle se apagó con un leve estallido. Lo encendió otra vez y la siguiente
lámpara quedó a oscuras. Doce veces hizo funcionar el Apagador, hasta que las
únicas luces que quedaron en toda la calle fueron dos alfileres lejanos: los
ojos del gato que lo observaba. Si alguien hubiera mirado por la ventana en
aquel momento, aunque fuera la señora Dursley con sus ojos como cuentas,
pequeños y brillantes, no habría podido ver lo que sucedía en la calle.
Todos parecían bastante impresionados
con el Apagador.
─Parece un
artilugio muy práctico ─elogió el
señor Weasley con admiración─. ¿Es de
tu invención, Albus? Nunca me han hablado de algo que funcione de manera
semejante.
El profesor Dumbledore sonrió
humildemente, pero con complacencia brillando en sus ojos azules.
─Sí, es un invento
propio. Muy útil para moverse en situaciones como esta, que implica a los
muggles. Me alegro de que te guste, Arthur.
Junto con el señor Weasley, todos
comentaron lo bueno del invento. Por descontado, los merodeadores pensaban en sus
aplicaciones para cosas menos ortodoxas que los demás, como bien señaló la
profesora McGonagall a sus tres alumnos más revoltosos junto con el ausente
Peter.
─Gracias,
profesora ─dijo Sirius, tomándoselo como un
cumplido.
La mujer suspiró con exasperación
antes de continuar la lectura.
Dumbledore
volvió a guardar el Apagador dentro de su capa y fue hacia el número 4 de la
calle, donde se sentó en la pared, cerca del gato. No lo miró, pero después de
un momento le dirigió la palabra.
—Me
alegro de verla aquí, profesora McGonagall.
─Así que sí
que era usted después de todo, profesora ─señaló
Remus con una sonrisa. Le gustaba acertar.
─Parece que
sí ─contestó ella distraídamente. ¿Qué le
habría llevado a pasar un día entero vigilando a esos muggles? Cierta
incomodidad se alojó en su estómago. Fuera lo que fuese, dudaba de que se
tratara de algo bueno.
Se
volvió para sonreír al gato, pero éste ya no estaba. En su lugar, le dirigía la
sonrisa a una mujer de aspecto severo que llevaba gafas de montura cuadrada,
que recordaban las líneas que había alrededor de los ojos del gato. La mujer
también llevaba una capa, de color esmeralda. Su cabello negro estaba recogido
en un moño.
─Es una
descripción bastante exacta ─murmuró la
señora Weasley para sí aunque todos pudieron oírla.
Los ojos de todos se posaron sobre la
mujer, comparándola con la del libro. Sí, bastante exacta. La profesora McGonagall
también parecía satisfecha.
Parecía
claramente disgustada.
—¿Cómo
ha sabido que era yo? —preguntó.
—Mi
querida profesora, nunca he visto a un gato tan tieso.
Todos rieron sin disimulo a pesar del
ceño de la mujer.
—Usted
también estaría tieso si llevara todo el día sentado sobre una pared de
ladrillo —respondió la profesora McGonagall.
—¿Todo
el día? ¿Cuando podría haber estado de fiesta? Debo de haber pasado por una
docena de celebraciones y fiestas en mi camino hasta aquí.
La
profesora McGonagall resopló enfadada.
Algo parecido a lo que pasaba en ese
momento en el despacho del director.
—Oh,
sí, todos estaban de fiesta, de acuerdo —dijo con impaciencia—. Yo creía que
serían un poquito más prudentes, pero no... ¡Hasta los muggles se han dado
cuenta de que algo sucede! Salió en las noticias. —Torció la cabeza en
dirección a la ventana del oscuro salón de los Dursley—. Lo he oído. Bandadas
de lechuzas, estrellas fugaces... Bueno, no son totalmente estúpidos. Tenían
que darse cuenta de algo. Estrellas fugaces cayendo en Kent... Seguro que fue
Dedalus Diggle. Nunca tuvo mucho sentido común.
─Parece ser
que el señor Diggle no mejorará con los años ─dijo la profesora interrumpiéndose a sí misma.
—No
puede reprochárselo —dijo Dumbledore con tono afable—. Hemos tenido tan poco
que celebrar durante once años...
Los rostros de todos adquirieron una
expresión sombría al comprender a qué se refería el profesor Dumbledore. Sólo
había una notable excepción entre los presentes. El joven Severus parecía
disgustado ante la noticia de que el Señor Tenebroso no prevalecería, tal y
como habían dado a entender los magos que hablaban entre ellos en las páginas
anteriores.
—Ya
lo sé —respondió irritada la profesora McGonagall—. Pero ésa no es una razón
para perder la cabeza. La gente se ha vuelto completamente descuidada, sale a
las calles a plena luz del día, ni siquiera se pone la ropa de los muggles,
intercambia rumores...
─Alguien
está muy de acuerdo consigo misma ─dijo
Sirius no sin cierta diversión consiguiendo varias sonrisas en respuesta.
Lanzó
una mirada cortante y de soslayo hacia Dumbledore, como si esperara que éste le
contestara algo. Pero como no lo hizo, continuó hablando.
—Sería
extraordinario que el mismo día en que Quien-usted-sabe parece haber
desaparecido al fin, los muggles lo descubran todo sobre nosotros. Porque
realmente se ha ido, ¿no, Dumbledore?
Al igual que la profesora McGonagall
del libro, tanto jóvenes como adultos se mostraban esperanzados y titubeantes
al mismo tiempo.
—Es
lo que parece
Los presentes celebraron las palabras
del director con mucho entusiasmo y felicidad. La guerra había empezado un año
antes de que los adolescentes empezaran el colegio y nadie era ajeno a lo que
pasaba fuera de la seguridad de los muros de Hogwarts. Los periódicos se hacían
eco de muertes, desapariciones y torturas todos los días en una guerra que se
desarrollaba sin cuartel y que no dejaba indiferente a nadie. Estaban en ese
punto en el que no podían mantenerse al margen.
Dumbledore sonreía con los demás, pero
una sombra de preocupación ensombrecía su rostro. Se conocía lo suficiente como
para no pasar por alto el sentido de sus palabras. Es lo que parece, había
dicho. Podría haber más implicaciones en esa sencilla frase de lo que
aparentaba.
—dijo
Dumbledore—. Tenemos mucho que agradecer. ¿Le gustaría tomar un caramelo de
limón?
—¿Un
qué?
—Un
caramelo de limón. Es una clase de dulces de los muggles que me gusta mucho.
El profesor Dumbledore se sacó varios
de los bolsillos de la túnica con una sonrisa y los ofreció. Remus, James,
Sirius y el señor Weasley tomaron uno cada uno y se lo metieron en la boca.
Sirius, que se esperaba mucho más, se decepcionó al comprobar que lo único que
hacía ese caramelo era dejarle sabor a limón. Sin embargo, los demás parecían
complacidos con el dulce.
─Gracias.
─No hay de
qué ─contesto el anciano con entusiasmo,
depositando en la mesa más caramelos de diferentes sabores (aunque los que
predominaban eran los de limón).
—No,
muchas gracias —respondió con frialdad la profesora McGonagall, como si
considerara que aquél no era un momento apropiado para caramelos—. Como le
decía, aunque Quien-usted-sabe se haya ido...
—Mi
querida profesora, estoy seguro de que una persona sensata como usted puede
llamarlo por su nombre, ¿verdad? Toda esa tontería de Quien-usted-sabe...
Durante once años intenté persuadir a la gente para que lo llamara por su
verdadero nombre,
La profesora McGonagall dudó,
apretando los labios en una fina línea. A regañadientes, leyó:
Voldemort.
—La profesora McGonagall se echó hacia atrás con temor,
No se produjo la misma reacción en el
despacho a excepción de los señores Weasley y Severus. El joven Slytherin había
aprendido por las malas que no se debía mencionar el nombre del Señor Oscuro.
Por su lado, Sirius, James, Remus y Lily se negaban a dejarse llevar por el
temor a un nombre, haciendo gala de una rebeldía que sólo un adolescente podía
poseer mezclada con una valentía muy poco común.
pero
Dumbledore, ocupado en desenvolver dos caramelos de limón, pareció no darse
cuenta—.
─Pareció es
la palabra clave ─bromeó
Remus contento con las buenas noticias, y algunos rieron.
El profesor Dumbledore le guiñó un ojo
sin que los demás se dieran cuenta.
Todo
se volverá muy confuso si seguimos diciendo «Quien-usted-sabe». Nunca he
encontrado ningún motivo para temer pronunciar el nombre de Voldemort.
—Sé
que usted no tiene ese problema —observó la profesora McGonagall, entre la
exasperación y la admiración—. Pero usted es diferente. Todos saben que usted
es el único al que Quien-usted... Oh, bueno, Voldemort, tenía miedo.
El director asintió para sí con
aprobación.
—Me
está halagando —dijo con calma Dumbledore—. Voldemort tenía poderes que yo
nunca tuve.
—Sólo
porque usted es demasiado... bueno... noble... para utilizarlos.
—Menos
mal que está oscuro. No me he ruborizado tanto desde que la señora Pomfrey me
dijo que le gustaban mis nuevas orejeras.
Los jóvenes especialmente, pero
también los señores Weasley, no pudieron evitar reír ante el comentario del
anciano. Ninguno se había imaginado que el imponente Albus Dumbledore tuviera
tal sentido del humor.
La
profesora McGonagall le lanzó una mirada dura, antes de hablar.
—Las
lechuzas no son nada comparadas con los rumores que corren por ahí. ¿Sabe lo
que todos dicen sobre la forma en que desapareció? ¿Sobre lo que finalmente lo
detuvo?
Todos se inclinaron hacia el libro con
renovado interés, curiosos.
Parecía
que la profesora McGonagall había llegado al punto que más deseosa estaba por
discutir, la verdadera razón por la que había esperado todo el día en una fría
pared pues, ni como gato ni como mujer, había mirado nunca a Dumbledore con tal
intensidad como lo hacía en aquel momento.
Ni siquiera Sirius, que nunca dejaba
pasar la oportunidad de bromear y molestar a su profesora favorita, hizo un
comentario sobre esa línea. Él también quería saber qué había hecho desaparecer
al monstruo que aterrorizaba Inglaterra en su tiempo.
Era
evidente que, fuera lo que fuera «aquello que todos decían», no lo iba a creer
hasta que Dumbledore le dijera que era verdad. Dumbledore, sin embargo, estaba
eligiendo otro caramelo y no le respondió.
—Lo
que están diciendo —insistió— es que la pasada noche Voldemort apareció en el
valle de Godric. Iba a buscar a los Potter.
Hubo un jadeo general de preocupación
y miedo.
El
rumor es que Lily y James Potter están... están... bueno, que están muertos.
─¡NO! ─aullaron Sirius y Remus, horrorizados.
La profesora McGonagall tuvo que
volver a leer la línea para sí misma a fin de convencerse de que no se había
equivocado. La simple idea de que los jóvenes que tenía ante sí morirían a manos
de ese monstruo... ¿Cómo podía la gente celebrar la pérdida de dos personas tan
maravillosas, tan inocentes y buenas como James Potter y Lily Evans? Los ojos
del profesor Dumbledore se opacaron y su mano derecha se cerró con gentileza
alrededor del hombro de la profesora McGonagall, que se secaba los ojos. Por su
parte, los señores Weasley bajaron la cabeza. No conocían a los dos jóvenes lo
suficiente como para sentirlo de una manera tan cruda como los demás, pero
igualmente les entristecía saber que más personas iban a tener que perder la
vida en esa guerra antes de que acabara.
Los sentimientos de Severus eran una
confusa bola de emociones que le cerraba la garganta. Saber que pronto perdería
a Lily de una forma que no se había atrevido a contemplar le atenazaba el
corazón y le llenaba de angustia. ¿Por qué tenía que casarse con el maldito
Potter? Sabía que Lily no iba a quedarse de brazos cruzados en esa guerra y que
ella sola se iba a poner en peligro más de lo que ya lo estaba por ser una
nacida de muggles, pero el odio que sentía hacia el otro joven le nublaba el
juicio. Todo era culpa de ese egoísta y arrogante Potter, que arrastraría a su
final a su amiga, la mejor que había tenido nunca a pesar de todo.
Mientras que todo eso pasaba, Lily y
James cruzaron una mirada. Por primera vez, no había sentimientos encontrados
entre ellos, no había ira, burla o exasperación en sus ojos, sino una suerte de
comprensión que ninguno de los dos había esperado. Lily no se había enamorado
de James porque así se lo dijera un libro, por supuesto que no, pero podía
ponerse en la situación que describía. Se había casado con él así que debía de
quererle, habían tenido un hijo juntos. James, por su parte, sentía algo
parecido a lo que sentía Lily. No iba a pedirle matrimonio en ese mismo instante,
aunque había tomado la resolución de que así lo haría algún día hacía bastantes
años, incluso si en su momento no era más que una fantasía con poca base real,
pero estaba seguro de que la quería. La idea de que ambos estarían muertos en
cuatro años les rompía el corazón a los dos por igual. Todo acabaría tan
pronto, se iban a perder tantísimas cosas… No podían aceptarlo.
Lily ni siquiera se había dado cuenta
de que estaba llorando. La conciencia de su propia muerte no terminaba de
encajar en su mente, no era capaz de asimilarla.
─No podemos
dejar que esto pase ─murmuraba
Remus una y otra vez, trastornado.
La muerte de uno de sus mejores amigos
le devastaba por dentro. Todos sabían que cuando salieran del colegio se iban a
poner a sí mismos en peligro, lo habían aceptado como algo inevitable porque
ninguno iba a quedarse de brazos cruzados mientras la guerra durara. Pero eso
era una cosa y otra muy distinta era tener la certeza absoluta de que uno de
ellos iba a morir, y eso que supieran. James Potter le había aceptado
completamente desde el primer momento y jamás le había decepcionado. No podía
dejar que muriera, no iba a permitirlo.
Sirius rechinaba los dientes.
Pensamientos similares a los de Remus discurrían por su mente mezclando la ira
y la tristeza. Jamás permitiría que algo le pasara a James, que era como un
hermano para él, que lo acogía en su casa con una sonrisa cuando el aire en la
mansión Black se hacía demasiado pesado para poder respirarlo, que le había
apoyado en los momentos más difíciles de su vida.
─Evitaremos
esto ─afirmó Sirius con total seguridad.
Por primera vez en la vida, Severus
Snape se encontró asintiendo a algo que había dicho el joven Black. Iba a
proteger a Lily de alguna manera.
─Ese es el
objetivo de estos libros ─dijo el
profesor Dumbledore, señalando la nota que había quedado olvidada sobre la mesa
de café─. Creo que debemos prepararnos para
todo lo que pueda pasar, incluso la muerte de más de uno de nosotros.
─Evitaremos
todas las muertes ─James
miraba a Lily mientras hablaba─. Lo
haremos como sea, incluso si eso significa cambiar el futuro.
Sirius y Remus afirmaron con la cabeza
totalmente de acuerdo. No iban a aceptar otra cosa. Lily se secó las lágrimas,
avergonzada por haberse dejado llevar de esa manera. Es solo un libro, se dijo,
agarrándose a las palabras del profesor Dumbledore.
Hubo un momento más de silencio
mientras todos se recuperaban. Aún se sentían algo abatidos, pero el
convencimiento de que aún les quedaban cuatro largos años para evitar las
muertes de Lily y James les hizo recobrar la suficiente compostura como para
poder prestar atención a la lectura.
─Voy a
seguir leyendo.
Dumbledore
inclinó la cabeza. La profesora McGonagall se quedó boquiabierta.
—Lily
y James... no puedo creerlo... No quiero creerlo... Oh, Albus...
Dumbledore
se acercó y le dio una palmada en la espalda.
—Lo
sé... lo sé... —dijo con tristeza.
─Gracias,
profesora ─dijo Lily más calmada.
─No hay por
qué darlas, señorita Evans.
La
voz de la profesora McGonagall temblaba cuando continuó.
—Eso
no es todo.
Los ojos de todos chispearon con
curiosidad, sin embargo, cierta tensión se dejaba notar en el ambiente ante la
posibilidad de que alguien más hubiera muerto.
Dicen
que quiso matar al hijo de los Potter, a Harry.
─Me había
olvidado de Harry ─dijo
James, horrorizado.
Lily también parecía preocupada por el
destino de su futuro hijo.
─¿Por qué
querría quien vosotros sabéis matar a un niño? ─repuso la
señora Weasley, tan disgustada como los futuros padres de la criatura.
─Quizás
sólo quería matarlo porque estaba ahí ─contestó
su esposo consiguiendo que los presentes se estremecieran ante lo
extremadamente cruel que era Voldemort.
Pero
no pudo.
─¡¿Cómo que no pudo?! ─exclamó Severus, poniendo en palabras
lo que todos estaban pensando.
─Tiene que salir en el libro ─dijo la profesora McGonagall,
retomando la lectura con impaciencia.
No
pudo matar a ese niño. Nadie sabe por qué, ni cómo, pero dicen que como no pudo
matarlo, el poder de Voldemort se rompió... y que ésa es la razón por la que se
ha ido.
Dumbledore
asintió con la cabeza, apesadumbrado.
Todos profirieron idénticos jadeos de
sorpresa. ¿Cómo era siquiera posible?
─¡Esto es
asombroso!
─Imposible.
─¿Pero cómo?
Nadie era capaz de pensar en alguna
razón, por disparatada que fuera, que explicara por qué Voldemort no sólo había
sido incapaz de matar a Harry, sino que había perdido su poder en el proceso.
Los ojos de todos se dirigieron al profesor Dumbledore, ávidos de respuestas.
El anciano se encogió de hombros.
─No puedo
aventurarme demasiado sin tener toda la información. Yo tampoco puedo
explicarlo.
La decepción fue obvia y la profesora
McGonagall se apresuró a seguir leyendo con la esperanza de conseguir más datos
por medio de la lectura.
—¿Es...
es verdad? —tartamudeó la profesora McGonagall—. Después de todo lo que hizo...
de toda la gente que mató... ¿no pudo matar a un niño? Es asombroso... entre
todas las cosas que podrían detenerlo... Pero ¿cómo sobrevivió Harry en nombre
del cielo?
─Pues eso
quiero yo saber ─refunfuñó
Sirius, tratando de aligerar el ambiente.
—Sólo
podemos hacer conjeturas —dijo Dumbledore—. Tal vez nunca lo sepamos.
La
profesora McGonagall sacó un pañuelo con puntilla y se lo pasó por los ojos,
por detrás de las gafas. Dumbledore resopló mientras sacaba un reloj de oro del
bolsillo y lo examinaba. Era un reloj muy raro. Tenía doce manecillas y ningún
número; pequeños planetas se movían por el perímetro del círculo. Pero para Dumbledore
debía de tener sentido, porque lo guardó y dijo:
—Hagrid
se retrasa. Imagino que fue él quien le dijo que yo estaría aquí, ¿no?
—Sí
—dijo la profesora McGonagall—. Y yo me imagino que usted no me va a decir por
qué, entre tantos lugares, tenía que venir precisamente aquí.
—He
venido a entregar a Harry a su tía y su tío. Son la única familia que le queda
ahora.
─¡No! ─gritó Lily─. No puede hacer eso, señor. Dursley
es un hombre horrible y mi hermana… ¡mi hermana está demasiado resentida conmigo
y con la magia! Le harán pasar un infierno al pobre niño.
Hubo un profundo silencio mientras
esperaban la respuesta del director.
─Señorita
Evans, estoy seguro de que tengo una buena razón para entregar al niño a sus
tíos ─Una sonrisa divertida y algo traviesa
se dibujó en sus labios antes de continuar─. Pero por
favor, intente no caer sobre mí con toda su ira. Aún no he hecho nada.
Las mejillas de Lily adquirieron un
estridente tono rojo a la vez que las risas apagaban la disculpa murmurada de
la joven, que no sabía dónde meterse.
Salvando a su alumna favorita del
escarnio al que James y Sirius estaban a punto de someterla, la profesora
McGonagall prosiguió con la lectura.
—¿Quiere
decir...? ¡No puede referirse a la gente que vive aquí! —gritó la profesora,
poniéndose de pie de un salto y señalando al número 4 —. Dumbledore... no
puede. Los he estado observando todo el día. No podría encontrar a gente más
distinta de nosotros. Y ese hijo que tienen... Lo vi dando patadas a su madre
mientras subían por la escalera, pidiendo caramelos a gritos. ¡Harry Potter no
puede vivir ahí!
─Parece que
alguien ha aprendido demasiado de su profesora ─dijo James, picado por haber perdido la oportunidad de burlarse de
Lily antes.
Ella le ignoró.
—Es
el mejor lugar para él —dijo Dumbledore con firmeza—. Sus tíos podrán
explicárselo todo cuando sea mayor. Les escribí una carta.
─Con todo el respeto, señor ─intervino James de nuevo─, ¿una carta?
La profesora McGongall sonrió para sí
antes de leer.
—¿Una
carta? —repitió la profesora McGonagall, volviendo a sentarse—. Dumbledore, ¿de
verdad cree que puede explicarlo todo en una carta?
─¿Qué
decías, Potter? ─dijo Lily
con suficiencia.
─Ya me
oíste, señora Potter ─contraatacó
el chico con retintín.
La joven gruñó, pero controló el
impulso de sacarle la lengua como una niña pequeña.
¡Esa
gente jamás comprenderá a Harry! ¡Será famoso... una leyenda... no me sorprendería
que el día de hoy fuera conocido en el futuro como el día de Harry Potter!
Escribirán libros sobre Harry... todos los niños del mundo conocerán su nombre.
─Desde
luego libros se han escrito ─interrumpió
James nuevamente, riendo con su broma fácil.
—Exactamente
—dijo Dumbledore, con mirada muy seria por encima de sus gafas—. Sería
suficiente para marear a cualquier niño. ¡Famoso antes de saber hablar y andar!
¡Famoso por algo que ni siquiera recuerda! ¿No se da cuenta de que será mucho
mejor que crezca lejos de todo, hasta que esté preparado para asimilarlo?
─¿Pero por
qué no puede ser con cualquier otra familia muggle? ─murmuró Lily para sí.
La
profesora McGonagall abrió la boca, cambió de idea, tragó y luego dijo:
—Sí...
sí, tiene razón, por supuesto. Pero ¿cómo va a llegar el niño hasta aquí,
Dumbledore? —De pronto observó la capa del profesor, como si pensara que podía
tener escondido a Harry.
La mujer parecía casi avergonzada
mientras los presentes se reían de su ocurrencia.
—Hagrid
lo traerá.
—¿Le
parece... sensato... confiar a Hagrid algo tan importante como eso?
—A
Hagrid, le confiaría mi vida—dijo Dumbledore.
—No
estoy diciendo que su corazón no esté donde debe estar —dijo a regañadientes la
profesora McGonagall—. Pero no me dirá que no es descuidado. Tiene la costumbre
de... ¿Qué ha sido eso?
Un
ruido sordo rompió el silencio que los rodeaba. Se fue haciendo más fuerte
mientras ellos miraban a ambos lados de la calle, buscando alguna luz. Aumentó
hasta ser un rugido mientras los dos miraban hacia el cielo, y entonces una
pesada moto cayó del aire y aterrizó en el camino, frente a ellos.
─¡Una moto
voladora! ─exclamaron Sirius y James a la vez,
emocionadísimos.
La
moto era inmensa, pero si se la comparaba con el hombre que la conducía parecía
un juguete. Era dos veces más alto que un hombre normal y al menos cinco veces
más ancho. Se podía decir que era demasiado grande para que lo aceptaran y
además, tan desaliñado... Cabello negro, largo y revuelto, y una barba que le
cubría casi toda la cara. Sus manos tenían el mismo tamaño que las tapas del
cubo de la basura y sus pies, calzados con botas de cuero, parecían crías de
delfín.
─Alguien ha
clavado la descripción ─dijo
Remus, que era uno de los que más se interesaban por cosas de ese tipo cuando
se trataba de literatura.
Lily asintió con una sonrisa, pensando
en el amable guardabosques del colegio.
En
sus enormes brazos musculosos sostenía un bulto envuelto en mantas.
—Hagrid
—dijo aliviado Dumbledore—. Por fin. ¿Y dónde conseguiste esa moto?
—Me
la han prestado; profesor Dumbledore —contestó el gigante, bajando con cuidado
del vehículo mientras hablaba—. El joven Sirius Black me la dejó.
El grito de júbilo de Sirius no se hizo
esperar.
─Me la
dejarás alguna vez, ¿no? ─inquirió
James, celoso.
─Ya
veremos.
James le propinó un puñetazo en el
hombro, aunque sin la suficiente fuerza como para hacerle verdadero daño. Remus
se limitó a poner los ojos en blanco ante el comportamiento de sus amigos
mientras una sonrisa tiraba de la comisura de sus labios.
Lo
he traído, señor.
—¿No
ha habido problemas por allí?
—No,
señor. La casa estaba casi destruida, pero lo saqué antes de que los muggles
comenzaran a aparecer. Se quedó dormido mientras volábamos sobre Bristol.
Dumbledore
y la profesora McGonagall se inclinaron sobre las mantas. Entre ellas se veía
un niño pequeño, profundamente dormido. Bajo una mata de pelo negro azabache,
─Tiene mi
pelo ─murmuró James, extrañamente emocionado.
La paternidad no estaba entre sus prioridades en ese momento, pero no pudo
evitar un sentimiento muy parecido a la ternura cuando pensaba en su futuro
hijo. El libro lo hacía mucho más real.
sobre
la frente, pudieron ver una cicatriz con una forma curiosa, como un relámpago.
—¿Fue
allí...? —susurró la profesora McGonagall.
Todos fruncieron el ceño igual de
desconcertados, evitando pensar en la muerte de los Potter para concentrarse en
la caída de Voldemort. ¿Cómo podía haber sobrevivido Harry a la maldición
mortal con sólo una cicatriz?
—Sí
—respondió Dumbledore—. Tendrá esa cicatriz para siempre.
—¿No
puede hacer nada, Dumbledore?
—Aunque
pudiera, no lo haría. Las cicatrices pueden ser útiles. Yo tengo una en la
rodilla izquierda que es un diagrama perfecto del metro de Londres.
─Habría
podido vivir el resto de mi vida sin saber eso ─dijo Sirius algo perturbado al imaginarse las rodillas del viejo
profesor.
El anciano soltó una risita divertida
que los demás imitaron.
Bueno,
déjalo aquí, Hagrid, es mejor que terminemos con esto.
Dumbledore
se volvió hacia la casa de los Dursley
—¿Puedo...
puedo despedirme de él, señor? —preguntó Hagrid.
Inclinó
la gran cabeza desgreñada sobre Harry y le dio un beso, raspándolo con la
barba. Entonces, súbitamente, Hagrid dejó escapar un aullido, como si fuera un
perro herido.
─El bueno
de Hagrid ─susurró Lily, pensando una vez más en
el semigigante mientras sonreía con afecto.
—¡Shhh!
—dijo la profesora McGonagall—. ¡Vas a despertar a los muggles!
—Lo...
siento —lloriqueó Hagrid, y se limpió la cara con un gran pañuelo—. Pero no
puedo soportarlo... Lily y James muertos...
A todos les cambió la cara, pero no
interrumpieron
y
el pobrecito Harry tendrá que vivir con muggles...
—Sí,
sí, es todo muy triste, pero domínate, Hagrid, o van a descubrirnos — susurró
la profesora McGonagall, dando una palmada en un brazo de Hagrid, mientras
Dumbledore pasaba sobre la verja del jardín e iba hasta la puerta que había
enfrente. Dejó suavemente a Harry en el umbral, sacó la carta de su capa, la
escondió entre las mantas del niño y luego volvió con los otros dos. Durante un
largo minuto los tres contemplaron el pequeño bulto. Los hombros de Hagrid se
estremecieron. La profesora McGonagall parpadeó furiosamente. La luz titilante
que los ojos de Dumbledore irradiaban habitualmente parecía haberlos
abandonado.
—Bueno
—dijo finalmente Dumbledore—, ya está. No tenemos nada que hacer aquí. Será
mejor que nos vayamos y nos unamos a las celebraciones.
Varios bufidos de descontento se
escucharon en la habitación, pero el que más se hizo oír fue el de James. No le
agradaba saber que su cuerpo ni siquiera se había enfriado mientras todo el
mundo mágico montaba una fiesta.
—Ajá
—respondió Hagrid con voz ronca—. Voy a devolver la moto a Sirius. Buenas
noches, profesora McGonagall, profesor Dumbledore.
Hagrid
se secó las lágrimas con la manga de la chaqueta, se subió a la moto y le dio
una patada a la palanca para poner el motor en marcha. Con un estrépito se
elevó en el aire y desapareció en la noche.
—Nos
veremos pronto, espero, profesora McGonagall —dijo Dumbledore, saludándola con
una inclinación de cabeza. La profesora McGonagall se sonó la nariz por toda
respuesta.
Dumbledore
se volvió y se marchó calle abajo. Se detuvo en la esquina y levantó el
Apagador de plata. Lo hizo funcionar una vez y todas las luces de la calle se
encendieron, de manera que Privet Drive se iluminó con un resplandor
anaranjado, y pudo ver a un gato atigrado que se escabullía por una esquina, en
el otro extremo de la calle. También pudo ver el bulto de mantas de las
escaleras de la casa número 4.
—Buena
suerte, Harry —murmuró. Dio media vuelta y, con un movimiento de su capa,
desapareció.
Una
brisa agitó los pulcros setos de Privet Drive. La calle permanecía silenciosa
bajo un cielo de color tinta. Aquél era el último lugar donde uno esperaría que
ocurrieran cosas asombrosas. Harry Potter se dio la vuelta entre las mantas,
sin despertarse. Una mano pequeña se cerró sobre la carta y siguió durmiendo,
Lily sonrió dulcemente, embargada por
unas emociones muy parecidas a las que había sentido James antes. Podía
imaginarse a su hijo con el pelo de James, negro y alborotado, y, quizás, con
sus ojos verdes.
sin
saber que era famoso, sin saber que en unas pocas horas le haría despertar el
grito de la señora Dursley, cuando abriera la puerta principal para sacar las
botellas de leche. Ni que iba a pasar las próximas semanas pinchado y pellizcado
por su primo Dudley…
─Maldito
niño ─murmuró James.
No
podía saber tampoco que, en aquel mismo momento, las personas que se reunían en
secreto por todo el país estaban levantando sus copas y diciendo, con voces
quedas: «¡Por Harry Potter... el niño que vivió!».
─Este es el
final del capítulo.
Nadie habló durante unos segundos,
concentrados en asimilar todo lo que habían escuchado. Había sido mucha y muy
sorprendente información en tan solo unas páginas y varios miraban el libro con
renovado respeto. Ninguno parecía cuestionarse ya la veracidad de lo que se
relataba en él a pesar de que no tuvieran ninguna prueba que demostrara que
podían confiarse.
─Deberíamos
seguir leyendo ─continuó
la profesora McGonagall─. ¿Alguien
quiere leer?
─Leeré yo ─dijo Remus, alargando el brazo hacia
el libro. La mujer se lo entregó y el joven se aclaró la garganta antes de leer─: El
vidrio que se desvaneció.
Pues este ha sido el primer capítulo. En un principio incluimos también a Peter, pero luego pensamos que iba a convertirse en una situación excesivamente incómoda a partir del tercer libro. Una cosa es el caso de Snape que, aunque nos pasamos toda la saga desconfiando de él, no estuvimos seguras de que era malo malísimo hasta el sexto libro y luego en el séptimo resultó ser un cacho pan enamorao'. Es un todo libro de incomodidades, pero no cuatro. Además, ambas odiamos a Peter muy fuerte así que a hacer puñetas, que por algo es nuestro fic 😝
Esperamos que os haya gustado. ¡Volveremos lo antes posible!
Love and rockets,
OandO

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